Aquí publicaré temas de psicoanálisis, cine, literatura. Algo de lo que veo y leo en nuestra ciudad
















sábado, 30 de enero de 2010

Manías excesivas

 Hoy en día, aún hay muchas  mujeres que sólo se dedican a su casa, y son más aún, las que, trabajando, realizan buena parte de las tareas del hogar. Así que es sobre todo en ellas en las que podemos observar cómo la preocupación por la limpieza se convierte en otra cosa. Limpian, tratan de mantener la casa en orden. Suelen observar nerviosas los síntomas de que "se vive": migas en el suelo, ceniza, prendas dejadas de cualquier manera. Están nerviosas, porque no importa cuánto hagan, siempre está sucio. Y no se puede intentar ayudarlas, porque nadie hace las cosas como ella. Así que la familia suele dejarlas por "imposibles". O nos resignamos a sus gritos, o nos terminan por imponer su tiranía: suelen ser casas donde los niños no llevan a sus amigos, los compañeros no viene a ver partidos de fútbol en la tele. Muchas veces, si el piso es de esos que tenía salón y sala de estar, el salón suele ser un espacio muerto, "para no ensuciar", y la familia se apretuja en la salita pequeña. Cada cosa tiene su lugar, cada figura su manera de estar colocada, y es fácil saber si alguien ha tocado algo porque...
Muchos lectores habrán reconocido, en estas pinceladas, una historia conocida, ya por vivida en la propia casa, u observada en alguna ajena. Es posible vivir así, y muchos lo han hecho, pensando que, en el fondo, o son cosas de carácter o pequeñas manías de las que, en última instancia, nos beneficiamos. ¿A quién no le gusta tener una casa ordenada, o una camisa impecablemente planchada? Y sobre todo, ya se ha llegado a la conclusión de que con ciertas cosas, es imposible lidiar, y mejor no discutir y...
Lo que sucede es que a veces la aprensión va a más. Una cosa sin importancia, o que en principio no tendría por qué tenerla, se vuelve fuente de ansiedad y angustia. Puede ser una noticia de salud, un familiar que acaba de enfermar, un accidente visto en la televisión, desencadenan preguntas sin respuesta: ¿no me podría pasar a mí? ¿Y si la próxima vez que cojamos el coche...? Cada vez que alguno de la casa se retrasa, sólo se piensa en lo peor, cada vez que suena el teléfono por la noche... Y entonces es cuando la propia persona, o alguno de la familia, deciden que ya no puede ser cuestión "de carácter" o de "manera de ser", que esa persona sufre demasiado y mejor consultar.
Los escrúpulos y el afán de limpieza, cuando son excesivos, son fuente de sufrimiento. Para la persona que los padece y su entorno.


viernes, 29 de enero de 2010

Días difíciles: la ansiedad II

Cuando se imaginan lo que sucederá, siempre es en términos de “desastre”: el examen me salió fatal, la entrevista me salió fatal... Se manifiesta entonces una gran exigencia: si no lo hago perfecto, está mal. Y como perfecto no existe, siempre está mal. En esos casos la persona se pone “intratable”. Cualquier argumento se estrella contra la certeza de que no podrá. 
Cuando la ansiedad persiste, aparecen trastornos del sueño, dificultad en las relaciones sociales. La persona intuye que no compartimos sus excesivas preocupaciones, o que no “le comprendemos”, por lo que se encierra en sí misma. E intenta diversos recursos para mantener las cosas bajo control. Por ejemplo, teme olvidar, y comienza a anotar cosas. A veces en una agenda o cuaderno especial para ello, pero a veces en papeles que va acumulando. Pueden ser cosas importantes o nimias, pero que en todo caso manifiestan que se siente que las cosas comienzan a escapar de su control.
Estos síntomas producen un gran malestar, descontento con la vida que se puede generalizar a cualquier ámbito de la misma: descontento con los estudios o el trabajo, o con las amistades. La ansiedad no sólo no suele desaparecer espontáneamente, sino que tiende a hacerse crónica, a ser el modo de respuesta a situaciones exigentes, o estresantes. Por eso es importante no creer que sea un tema de carácter, de modo de ser, de personalidad, con la convicción de que “soy así” y no tengo remedio.





jueves, 28 de enero de 2010

Comenzar


 Es decir, ya traen una idea de enfrentamiento, de algo en ellos que se resistirá a cambiar y se imaginan el tratamiento como algo duro, costoso, que no les gustará aquello de sí mismos  descubrirán. Como todo esto ocurre en la primera entrevista, queda claro que el profesional ignora cualquier cosa, que no conoce al paciente, y que quien sí sabe de qué habla, es el que está allí, sentado, contando todo sin decir nada. Porque si ya sabemos que lo que veremos de nosotros no es "bonito", es que tenemos una idea de qué se trata. Si creemos que será difícil cambiar, es porque sabemos a qué no queremos renunciar. Y por eso la dificultad.
Los humanos tenemos que pensar las cosas, imaginarlas, en general, para poder hacerlas. Si nos planteamos estudiar una carrera, por ejemplo, nos imaginamos luego trabajando: ¿nos gustará trabajar de ingenieros? O: seré capaz de esperar seis años para obtener mi titulación. Seguir estudiando, aprobar las asignaturas, seguir dependiendo de mis padres... Y según  lo que pensemos, luego nos apuntamos. O no. Pero si no hay acción, los pensamientos son como sueños... Y  el simple transcurso del tiempo  no resuelve nuestras dudas.
Con la idea de comenzar un psicoanálisis sucede algo semejante. Nos lo dicen, estamos de acuerdo, pero todavía no es el momento. Como pasa a veces con terminar una relación, o decir a nuestros padres que vamos a irnos a vivir con la pareja... Ya sabemos que hay que hacerlo, pero aún... Y al igual que en las relaciones parece que sólo pensamos en ello, con el comienzo de un tratamiento lo que aparece es una auto observación que se encarga de demostrarnos que no estamos tan mal, que quizás fue sólo una crisis pasajera, que el tiempo ya pondrá en su sitio las cosas... En fin. En realidad todos estos razonamientos vienen a demostrar las argucias del pensamiento: la decisión ya suele estar tomada. Y encontramos los argumentos luego. La misma persona puede sostener por qué le conviene comenzar ya, como decidir que puede esperar.
Quizás uno de los aspectos más difíciles de reconocer en el comienzo de un tratamiento es que no se puede solo. Uno de los valores que nos inculcan desde pequeños es la independencia. Si somos jóvenes, aspiramos a independizarnos de nuestros padres: "nuestro" dinero, "nuestro" piso, son objetivos a alcanzar.  Ser independientes significa controlar nuestra vida. Y si no podemos con la ansiedad, o con esas manías que nos impiden salir de casa en un tiempo normal, o eliminar esas fantasías que a veces se nos pasan por la cabeza... Hemos perdido el control y eso nos hace sentir fracasados. El psicoanálisis muestra que en el proceso de hacernos humanos atravesamos momentos de extrema dependencia: si no nos alimentan o nos protegen de las inclemencias del tiempo, moriríamos. Y esa es una marca indeleble. Necesitamos de otros, de su amor, ayuda, reconocimiento. En la sociedad actual, sin los otros,  no tendríamos ni luz, ni agua. O sea que la independencia no deja de ser un mito, y, en todo caso, se trata de elegir de qué depender.

miércoles, 27 de enero de 2010

La depresión de los jóvenes


La depresión de los jóvenes

Así que para empezar, podemos decir que no sabemos qué les pasa a los jóvenes, sabemos que hay cada vez más cosas que son diagnosticadas como enfermedad. Un joven está preocupado, por ejemplo: no sabe qué hacer. ¿Seguir estudiando? ¿Ponerse a trabajar? Sus padres dicen una cosa, los amigos otra... en el verano trabajó un poco... la verdad no fue muy agradable Muchas horas, poco dinero... si se mete en un módulo quizás... Así que mientras piensa esas cosas, que tiene que decidir en un plazo, sabiendo que alguien se enfadará con seguridad, porque no se puede satisfacer a todo el mundo, está nervioso. Contesta mal. Se nota que no sabe qué hacer. Los padres se ponen nerviosos, porque el chico un día decide una cosa, oro día otra... Come peor, pierde peso... ¿Qué hacer? Lo que le sucede... ¿es una enfermedad?
Si espiamos lo que sucede en ese otro salón... Una madre enciende la luz... se acerca y escucha detrás de la puerta lo que sucede en una habitación. Abre la puerta. Enciende la luz. En una cama, duerme un joven. Parece tener 15 años. Hace calor, y sin embargo, el chico duerme tapado. Al levantar la manta descubrimos que el joven está vestido. Una chica le tiene loco... quería marcharse al pueblo donde sabe está pasando unos días con la familia... ¿qué hacemos? ¿A quién se lo llevamos para que recuerde hacer caso a sus padres? A veces una decepción amorosa nos hace creer que el mundo se viene abajo. Es difícil levantarse, no apetece comer. Podemos diagnosticar, pero si ya nombramos depresión lo que muchas veces son crisis de crecimiento... cómo hablar de la depresión de verdad... Y la tentación de una medicación que solucione es muy fuerte.
Los padres se sienten fracasados. Culpables. Sienten que no entienden lo que sucede a sus hijos, que quizás no han sabido hacerlo bien... Y es verdad que no es fácil aligerar algunas de estas cosas. O sin la intervención de un profesional es muchas veces casi imposible restaurar el diálogo. Pero hay que saber que en última instancia se trata de eso: diferenciar entre situaciones críticas que nos trae la vida y enfermedad.
No venimos al mundo con manuales, por eso es interesante pensar que no es necesario estar enfermo para consultar. Prevenir es siempre mejor que actuar presionados por la necesidad de resolver

martes, 26 de enero de 2010

El trastorno obsesivo compulsivo II


Si la limpieza de mi casa me preocupa enormemente, es difícil que disfrute de las visitas. Ya se sabe, la gente hace migas cuando come, trae suciedad en los zapatos, deja los vasos fuera del posavasos.
Si me obsesiona el temor a las enfermedades, o a los gérmenes, es evidente que tendré dificultades para salir a la calle: ¿qué mayor fuente de virus, gérmenes, infecciones, que los sitios públicos, el contacto con otras personas? Si soy estudiante, no querré estar en clase, no podré estar en sitios donde haya muchas personas. Tampoco   puedo utilizar el transporte público y si la obsesión avanza, tampoco puedo acudir a visitar a mis familiares, porque no puedo tocar los pomos de las puertas que no sé quién ha tocado antes. Y no puedo utilizar otro servicio que no sea el de mi casa. En fin… y si he tocado algo, o acudido a algún lugar, luego debo higienizarme largamente. Todo esto hace que estas personas finalmente casi no puedan salir de casa, con lo que se dificulta enormemente un trabajo,  unos estudios o las relaciones sociales.
Si queremos pensar en una compulsión, supongamos que un amigo nos ha prestado un dinero, a devolver al cabo de cierto tiempo. Pero de pronto se me ocurre que si no lo devuelvo ya, o al cabo de unos días, algo malo le pasará a una persona de mi entorno…
A partir de allí, da igual que mi amigo no quiera ni necesite ese dinero: debo devolverlo. Y eso es más importante que cualquier cosa, porque de lo  contrario seré culpable de lo que suceda. No iré a trabajar o a clase, intentaré conseguir el dinero como sea, y nada salvo realizar esa acción me dejará tranquilo. O no puedo marcharme de casa sin verificar que están las luces apagadas, el gas cerrado y… Por lo tanto cada salida se prolonga de manera tal que resulta difícil cumplir cualquier horario.
Los padecimientos mentales no dejan de tener cosas en común con los padecimientos físicos: siempre sentimos que nos vienen de fuera, y que no somos responsables de ellos: ¿qué culpa tengo yo de haber pilado una gripe? Si este año hay epidemia y… O: No sé por qué he pillado una depresión, si en la vida las cosas me van bien… tengo familia, trabajo, y con lo que se ve por allí. Así que solemos ir a los profesionales con la idea de: le llevo mi cuerpo, o mi riñón, o corazón y arréglelo, o sáqueme estas ideas como sea… Pero al igual que en las enfermedades sin un compromiso del paciente el médico poco puede hacer, en el trastorno obsesivo compulsivo es decisiva la colaboración de la persona afectada.




                                                    

lunes, 25 de enero de 2010

El trastorno obsesivo compulsivo


Si piensan en personas cercanas o queridas, las ven al borde de alguna desgracia. A veces creen que ocurrirán cosas graves si no realizan cierta  acción. Aunque no son personas violentas, sienten impulsos agresivos que no habían experimentado con anterioridad.
Todos estos síntomas, y cada uno por separado, hablan del trastorno obsesivo compulsivo, que, como se ve, parece una cosa relacionada con la imaginación (imagino que si no hago esto o aquello pasará esto o lo otro) y, sin embargo, es un trastorno real. Es decir, que esas ideas tiene una gran capacidad de provocar malestar, ansiedad y angustia que son las cosas por las que muchas de estas personas se deciden a consultar con el especialista.
Cuando padecemos este trastorno, los pensamientos dañinos se repiten. Para intentar controlarlos y que no aparezcan, las personas se ven impelidas a realizar acciones. Por ejemplo, si no quiero que pase tal cosa, debo evitar pasar por tal sitio, aunque eso suponga un gran rodeo para llegar a mi casa.  Como esto ocurre en el plano mental, estos síntomas se llaman obsesiones. Conocemos algunas personas obsesionadas con la limpieza, con el miedo al contagio por gérmenes. A veces se trata del temor a un accidente, ideas que perturban acerca del sexo, de la religión o de los vínculos familiares.
En cambio, cuando se trata de acciones, esas cosas que se hacen una y otra vez, como lavarse las manos, verificar una y otra vez que todas las luces están apagadas, contar… lo que sea, reciben el nombre de compulsiones.
Las personas que padecen estos síntomas saben que son indicativos de que algo no va bien, y después de un tiempo de observarse, esperando que sea un malestar pasajero, unas “ideas raras” que desaparecerán con el tiempo, pueden tratar de recibir ayuda o de ocultarlo. Al ocultarlo a las personas que les rodean está claro que también intentan ocultárselo  sí mismos.
Continuaremos.

sábado, 23 de enero de 2010

Rehacer la vida


“Si me separo, trabajaré” dice un ama de casa... Será una forma de sentirme productiva, de conocer otra gente... ¿Y si cree que trabajar será bueno para usted, por qué no comienza ya? Porque con lo que ganaré.... No me alcanza más que para pagar alguien de la limpieza...  Pero... ¿Y si cree que sería bueno para usted, por qué no hacerlo, y, justamente, con ese dinero, pagar a alguien que la reemplace en las tareas que ya se le han vuelto fatigosas, faltas de sentido?
El señor, por su lado, fantasea con salidas con los amigos, tardes de fútbol, o salidas a pescar, o a practicar senderismo, todas aficiones que nunca compartió con su mujer, a las que abandonó pensando que era eso lo que su mujer quería... Pero ahora, las tardes de sábado o domingo se hacen interminables... ¿Por qué no empezar ya, salir, y ver que su mujer tiene también un grupo de amigas con las que ir al cine, o de tiendas? Haciendo cada uno algo diferente, quizás tendrían algo de qué hablar cuando volvieran a verse...
Y generalmente, cuando se dan estas situaciones, él, o ella, o los dos, tienen un grupo de amigos que toman partido: no sé cómo aguantas... o no entiendo que tanto tiempo... Suele haber uno o dos separados en el grupo, que cuentan su experiencia y todos hablan como si todas las vidas fueran iguales, y la experiencia de uno, buena o mala, pudiera ser la misma que la de otro. 
“Quiero empezar desde cero” es otra expresión que escuchamos en estos casos. Y entonces aparece como imposible seguir juntos,  porque hay que resolver qué hacemos con ese pasado de sensación de soledad y abandono, de disputas, de quejas no formuladas. Y comenzar desde cero, sin comprender qué sucedió, creyendo que con otra pareja todo será diferente, y maravilloso, claro está, plantea algunas cuestiones.  Podemos cambiar de barrio, de ciudad, de trabajo o de pareja, pero no podemos divorciarnos de nosotros mismos. Nos llevamos a todo sitio nuevo, con nuestras virtudes, y nuestros defectos.

viernes, 22 de enero de 2010

Hablando con la pareja


Es muy difícil sustraerse a la idea de que conocemos de antemano lo que vamos a escuchar: ¡Si siempre dice lo mismo! Es una frase que cualquier relación en crisis pone en juego. Sin embargo, como ocurre en múltiples situaciones de la vida, lo que ha ocurrido "siempre" no tiene por qué ocurrir de nuevo: que hayamos aprobado todos nuestros exámenes no garantiza que aprobemos el próximo, ni que hayamos suspendido nuestra primera prueba del carné de conducir asegura que suspenderemos la siguiente.
El otro problema que genera esta manera de pensar es que si adelantamos lo que nos dirán, si estamos seguros de lo que oiremos, no le damos oportunidad a quien nos rodea de darse a conocer: "Crees que lo sabes todo de mí", por ejemplo, puede ser tanto una frase de un hijo adolescente como de una pareja, que reclaman el derecho a ser escuchados sin prejuicios. Porque no olvidemos que  todas esas ideas o sensaciones, acerca de que "ya sabemos", "ya conocemos", "ya sospechábamos", no dejan de ser pre-juicios. Juicios previos que disminuyen nuestra capacidad de escuchar lo que las personas tienen que decirnos. Las obligan a ejercer algún tipo de violencia para ser escuchadas. Y en esos casos las peleas se hacen frecuentes. Las discusiones y los ataques personales más fuertes. Porque imaginaros: si  creo que sé lo que el otro va a decir, le condeno a ser quien yo pienso que es. Aunque sea aparentemente para bien (creo que eres lista, o genial, o creo que no serías capaz de engañarme o lo que sea), lo importante es que no me relaciono con la persona real, sino con un fantasma. Y a nadie le gusta serlo. Y le obligamos a demostrarnos quién es en realidad, aunque sea por la fuerza. Los prejuicios son imposibles de eliminar, porque cumplen una función tranquilizadora. Y no se refieren a  las razas de las personas o a su identidad sexual exclusivamente, como podríamos creer. Operan en todas las esferas de nuestra vida, creando barreras entre nosotros y quienes nos rodean. Se trata de reconocerlos, y solucionar, en cada caso, las situaciones que nos crean: aislamiento, falta de comunicación con las personas queridas. Distancia. Sólo así podremos comenzar a escuchar a quienes nos rodean.


jueves, 21 de enero de 2010

La depresión


Y estos son los síntomas que, por lo menos al comienzo, se suelen contar. Pero si aparece el diagnóstico, "usted padece una depresión"” las personas dejan de comentar, ya que parece que, al no tener causa orgánica, los síntomas están menos justificados, y los afectados llegan a sentir cierta vergüenza. Menos compartidas con el entorno, ya sea familiar o social, son las ideas que inundan los pensamientos de la persona deprimida. La falta de sentido de la vida, que termina transformándose en una idea de suicidio, muchas veces como salida al sufrimiento o para evitar sufrimiento a la familia. Las personas se dirigen fuertes autorreproches, se acusan de no haber sido tal o cual cosa, de no haber hecho… En resumen, de no cumplir con ciertas expectativas que ellas mismas o sus padres tenían.
En personas jóvenes esta problemática se despierta a veces frente a la decisión de tener o no hijos. La frase “no tendré hijos para que no se avergüencen de mí”, esconde una idea sumamente penosa, y nos hace pensar que,  como no podemos saber qué sentirán los hijos que aún no se han tenido, los sujetos hablan, más bien, de su propia experiencia como hijos en relación a sus padres. Y sobre todo al hecho de sentirse culpables por haberse avergonzado o no haber valorado suficientemente, en el pasado, a sus progenitores.
Estos son algunos de los sentimientos que acompañan a las personas deprimidas y que, por su contenido, son difíciles compartir con la familia, produciéndose un efecto que se añade al propio padecimiento, y es el progresivo aislamiento de la persona deprimida de su entorno, lo que favorece tanto el agravamiento de los síntomas como su cronificación.
Por eso ni los familiares no deben sentirse culpables de no poder “hacer más” por sus seres queridos afectados, ni los depresivos reprocharse sus dificultades para salir adelante solos.


miércoles, 20 de enero de 2010

La ansiedad


Pero puede suceder que un día experimentemos un fuerte dolor en
 el pecho, la agobiante sensación de que no podemos respirar. 
No entra el aire suficiente. Incluso, la sensación de que nos desva
necemos. Y acudimos a urgencias, nos revisan, nos dicen que no
 tenemos nada y que se ha tratado de un ataque de ansiedad. 
Muchas veces, en estos casos, la persona no siente que 
está en un a situación que justifique dicha ansiedad. Y con el 
tiempo se da cuenta de que se ha instalado el temor de que el 
ataque se repita, cosa que suele suceder. La diferencia es que 
sabe de qué se trata. Ya no acude a urgencias. Se sienta y 
espera que se le pase. Trata de relajarse. Pero ha perdido 
confianza en sí mismo. En algunos casos, deja de ir solo a 
los sitios. Se organiza para que alguien le acompañe siempre. 
Confesándolo o no. Averigua, si sale de viaje, dónde está el 
centro de salud o el hospital más cercano. Si va al cine, 
se sienta en el pasillo, para poder salir rápidamente de la sala. 
Y es así como la ansiedad se adueña de su vida, independien
temente de la frecuencia de los "ataques".
Se tarda en reconocer como problema, en primer lugar porque 
la persona no sabe a qué atribuir la aparición de estos trastor
nos. No ocurren solamente a personas nerviosas por "naturaleza".
 Luego, hay una sensación de pérdida de control. Y eso se 
vive como un fracaso.Todos estos síntomas nos permiten 
reconocer que el cuerpo es un escenario. Las emociones
 nos producen sensaciones físicas. Las podemos procesar 
psíquicamente, por ejemplo, alguien me atrae, siento una
 sensación en el estómago, me sonrojo, y me digo: ¡cómo me
 gusta ese chico y se me está notando! O siento la sensación 
en el estómago, a continuación siento náuseas y no me
 digo nada. El contenido de la emoción permanece desconocido 
y sólo registro el malestar corporal. Porque a veces no 
sabemos qué nos sucede, y el cuerpo, si le escuchamos, 
nos lo dice. Pero a veces esto es difícil, por eso las personas 
afectadas por la ansiedad, no suelen reconocer ningún motivo 
para el ataque. Salvo sus propias ideas y temores generales a 
que se repita la situación. Por eso la sensación de inseguridad,
 aumenta: si ya estoy prevenido ¿por qué ahora? ¿Por qué no 
ayer o hace cinco minutos? Preguntas que es difícil 
que podamos respondernos en soledad.


La ansiedad


No entra el aire suficiente. Incluso, la sensación de que nos desvanecemos. 
Y acudimos a urgencias, nos revisan, nos dicen que no tenemos nada
 y que se ha tratado de un ataque de ansiedad. 
Muchas veces, en estos casos, la persona no siente que está en un a situación
 que justifique dicha ansiedad. Y con el tiempo se da cuenta de que se ha instalado 
el temor de que el ataque se repita, cosa que suele suceder. La diferencia es que sabe
de qué se trata. Ya no acude a urgencias. Se sienta y espera que se le pase.
 Trata de relajarse. Pero ha perdido confianza en sí mismo. En algunos casos, deja de ir
 solo a los sitios. Se organiza para que alguien le acompañe siempre. Confesándolo o no.
 Averigua, si sale de viaje, dónde está el centro de salud o el hospital más cercano.
 Si va al cine, se sienta en el pasillo, para poder salir rápidamente de la sala. Y es así como
 la ansiedad se adueña de su vida, independientemente de la frecuencia de los "ataques". 
Se tarda en reconocer como problema, en primer lugar porque la persona no sabe a qué 
atribuir la aparición de estos trastornos. No ocurren solamente a personas nerviosas por
 "naturaleza". Luego, hay una sensación de pérdida de control. Y eso se vive como un 
fracaso. 
Todos estos síntomas nos permiten reconocer que el cuerpo es un escenario. 
Las emociones nos producen sensaciones físicas. Las podemos procesar psíquicamente,
 por ejemplo, alguien me atrae, siento una sensación en el estómago, me sonrojo, 
y me digo: ¡cómo me gusta ese chico y se me está notando! O siento la sensación en el
 estómago, a continuación siento náuseas y no me digo nada. El contenido de la emoción
 permanece desconocido y sólo registro el malestar corporal. Porque a veces no 
sabemos qué nos sucede, y el cuerpo, si le escuchamos, nos lo dice. Pero a veces esto 
es difícil, por eso las personas afectadas por la ansiedad, no suelen reconocer ningún 
motivo para el ataque. Salvo sus propias ideas y temores generales a que se repita la 
situación. Por eso la sensación de inseguridad, aumenta: si ya estoy prevenido
 ¿por qué ahora? ¿Por qué no ayer o hace cinco minutos? Preguntas que es difícil que 
podamos respondernos en soledad.
        

martes, 19 de enero de 2010

La dislexia


En ocasiones nos llaman para decirnos que les parece, a los profesores, que el niño padece dislexia y han concertado una cita con el psicólogo de la escuela. Y no sabemos si es grave o no… Si tiene cura…
Como en todas las dificultades, es muy importante la detección precoz, pero hay que observar al niño un tiempo para no confundir dislexia con las dificultades normales de aprendizaje. Porque de eso se trata en la dislexia: niños de inteligencia normal, sin problemas físicos, y que aprenden más lentamente según lo que podríamos esperar según su inteligencia.
Tienen problemas para distinguir las letras, confunden derecha e izquierda, a veces escriben en espejo, escriben del mismo modo palabras que sólo suenan parecido. Los síntomas son variados, y a veces comprenden cuestiones relacionadas con la facultad de hacer series de números, de cosas. Contar, multiplicar.
Estos niños se atrasan en su aprendizaje, y no siempre pueden recibir la ayuda apropiada de los profesores, agobiados por el número de niños de cada clase, y sin tiempo para dedicarse a los que se salen de lo esperado.
El niño se siente mal, porque los resultados no acompañan sus esfuerzos. Ya que no se trata de que repitan los ejercicios que hacen todos, y en los que fracasan, sino de encontrar la tarea apropiada a su problema. Por eso es importante un buen diagnóstico, ya que los problemas en el colegio se trasladan a la vida cotidiana, en la percepción que tiene el niño de sí mismo, con las consecuencias para su vida familiar y social. Por eso muchos niños disléxicos presentan problemas de conducta, de retraimiento, y en algunos casos, de agresividad. Por eso es necesario consultar con el especialista, ya que no es un problema al que el niño, solo, pueda hacer frente. Ni tampoco que se solucione con más horas dedicadas en casa al estudio, con el consiguiente desgaste familiar.






Estoy pensando... eso del alcohol

Pero sin llegar a esos extremos, algunas personas se encuentran bebiendo a disgusto. Las cervezas por la tarde, por ejemplo. Al salir del trabajo, o de las ocupaciones. No se reconocen como “enfermos” o adictos. Si hay muchos días en los que no beben. O casi nunca se trata de las llamadas bebidas fuertes... y sin embargo... No se sienten cómodas.
Cuando se nos ocurre cuestionarnos una conducta, o un hábito, cuando nos preguntamos si algo “es normal”, es que hemos detectado un problema. Y da igual si entramos en la estadística. Es que no nos gustamos en esa situación. Una persona se decía en nuestra consulta: “Ya me he quitado el tabaco... Si me quito las cervezas ¿qué me queda?” Claro es que se respondió sola: pensar que era el tabaco y la cerveza lo que le daba alegría a su vida era el síntoma de que algo no iba bien.
A veces nos demoramos en el bar simplemente para no ir a casa. No nos espera nadie, o lo que nos espera... mejor demorarlo. Y lo que tiene el alcohol, el bar, es que es barato. Un rato de charla, si el bar es habitual, un poco de la tele, un poco de máquinas y ya nos importa menos todo. Si alguien quiere discutir, es más fácil “pasar”. Y si tenemos que ocuparnos de la casa, o los niños, estamos como anestesiados, lo hacemos sin enterarnos tanto. Es más fácil pedir una caña que pensar qué es lo que no anda, qué podemos hacer para poner algún aliciente en la vida, o, simplemente, enfrentarnos a la evidencia de una relación que no funciona.
Por eso no se trata tanto de la estadística, de si nuestro consumo de alcohol, o de lo que sea, entra ya, objetivamente, en la categoría de adicción o enfermedad. Se trata de escuchar ese convencimiento íntimo que dice que si necesitamos esas cañas para funcionar, entrar en casa, algo no funciona. Y es mejor no esperar más para comenzar a poner remedio.





domingo, 17 de enero de 2010

Estrés pos-vacacional

Estrés vacacional

Que descansar también es un trabajo, y hay que aprender a hacerlo. Porque de lo que se trata es de la convivencia y es bueno recordar que hoy en día, todos juntos, toda la familia, convivimos pocas horas al día. Y como esas horas suelen estar llenas de ocupaciones, casi no hay tiempo para pedir nada, ni negar nada.
Las vacaciones son unos espacios vitales que se prestan a los mitos. A partir de la adolescencia, sobre todo. Íbamos a ser los reyes de la playa, del ligoteo. O volveríamos a ver a esa chica o chico que nos había impresionado el verano anterior. No se acabarían nunca y nos escribiríamos con todos los que conociéramos.
Luego la vida te hace mayor,  y llega la hora de hacer compromisos. Pero la fantasía de hacer todo lo que no podemos durante el año permanece. Y cualquiera sabe que diez días no dan para tanto. Y sin embargo… Para lo que sí dan es para disgustarse, para sentir que son los demás los que nos impiden disfrutar y para sentir que una vez más habíamos renunciado a algo (playa en lugar de montaña, con amigos en lugar de solos) y que no ha valido la pena.
Quizás son estas las cosas que hacen que el período post-vacacional sea uno de los momentos del año en que los profesionales de la salud mental más consultas realizamos. Y por eso, porque se puede realizar una tarea de prevención, es bueno que  la preparación de las vacaciones sea una parte de las mismas, en la que todos los implicados participen. Y así, cada uno tenga un espacio para cumplir sus fantasías.


                                                                            
                                                               
                                                                                            

Cuando estoy enamorad@ sufro


- Desde que estoy enamorada no vivo. En realidad, ni siquiera sé cómo ocurrió. Porque no hubiera creído que alguien así pidiera quererme a mí. Si no soy tan guapa, ni tan... Vamos, que no es que esté tan mal, pero tampoco sobresalgo. Eso me tiene alterada... qué habrá visto en mí? Porque si no lo sé... ¿cómo estar segura de que mañana no me dejará?
O sea que cuando tienen algo que no tenían antes, ya piensan en perderlo. Creen que son ellos los que han provocado el amor, en lugar de que es algo que el otro depositó en ellos. Suelen también sufrir por no poder estar siempre con el otro.
- Cuando estoy con ella (o él) estoy tranquila. Pero en cuanto se marcha, empieza el sufrimiento. Quisiera que esté siempre conmigo. Aunque en realidad, también cuando estamos juntos... si la veo que se queda como abstraída, pensando, ya me pongo.... Soy un poco pesado, lo entiendo, pero es que cuando estoy enamorado... Entonces creo que aunque está conmigo está con ... o que piensa en su ex... o me da igual. Aunque fuera que piensa en la compra. Lo cierto es que no está conmigo...
El amor es posesivo. Quiere hacerse uno con el otro. No es una cosa de las personas. Es cosa del amor. Otra cosa es creerlo. Es decir, querer suspender la vida por el amor. Una persona decía en la consulta: Ahora estoy mal en esta ciudad. Porque vine aquí por él.
Este es un argumento muy común: creemos que hacemos las cosas por el otro. Cuando en realidad podría decirse: quise que él fuera la causa de mi hacer. Pero soy yo la que ha tomado la decisión de creer que hago las cosas por los hombres. Soy yo la que renuncio a pensar que actúo con libertad. En libertad.
Amor nos quiere sólo para él. Otra cosa es obedecerle. Los celos, el sentimiento de posesión, no son signo de más amor. El que nos cela más, el que nos pregunta siempre dónde vamos, con quién hablamos, el que quiere ser nuestra amiga, nuestro amigo, madre, padre, amante, etc. no nos quiere más. Quizás nos quiere más el que es capaz de amar nuestra libertad, nuestro crecimiento.
El sufrimiento, la angustia tiene a veces que ver con la comprobación de que ni aún enamorados lo somos todo para el otro, ni lo es todo el otro para nosotros. Y eso trae importantes consecuencias: no estamos solos, y, en tanto humanos, necesitamos de los demás con los cuales debemos establecer lazos, pactos, que trascienden los amorosos.
Claro que a veces no queremos saber nada de esto, y aparece entonces el sufrimiento, la ansiedad, la angustia que a veces convierten la felicidad de haber encontrado pareja en fuente de llanto y desesperación. Pero se puede aprender a amar de otra manera.


sábado, 16 de enero de 2010

Crecer también es una decisión




El horario es bueno, termina pronto... Sábados y domingos libres. El otro miembro de la pareja, en cambio, es más ambicioso. Su trabajo le gusta, puede aprender más. Así que hace cursos, acaba tarde. Y su trabajo incluye el sábado. Menos horas para la familia. Claro que comienza a ganar más dinero. Y se le plantea la alternativa: ¿Seguir o abandonar? La alternativa es seria, porque supone que deje de crecer. Lo que ocurre, la mayor parte de las veces, es que se renuncia al crecimiento. Así que la medida la pone el más "pequeño".
Pero podemos contemplar la situación desde otro punto de vista y preguntarnos: ¿por qué una persona renuncia a crecer? ¿Por qué por ejemplo, no aspira a un trabajo mejor, donde independientemente de las condiciones económicas pueda estar más a gusto como persona?
A veces estos problemas se plantean cuando estamos por cambiar de ciclo. De la primaria a la secundaria, del bachillerato a la universidad, de la universidad a... ¡quién sabe! Algunos estudiantes comienzan a tener problemas al acercarse el fin del ciclo educativo. La perspectiva del cambio les genera temor, y fracasan. Lo que sucede en estos casos es que si la cosa va a más, llegan a la consulta porque alguno de su casa, sus padres si es pequeño o adolescente, o él mismo, si ya es mayor, reconoce que no sabe qué le pasa. Y necesita aclararse. En el caso del comienzo la gente no suele consultar porque existe la creencia de que ser ambicioso no es bueno. O que si se generan conflictos, lo que se debe salvaguardar es la pareja, o la familia, cuando todos sabemos que el trabajo, teniendo en cuenta las horas que nos pasamos en él, es importante que sea satisfactorio. Y los años que dedicamos a la formación no son tantos y solemos hacerlo en la juventud. Por eso, quizás, más que en pensar en renunciar a nuestras aspiraciones, debemos revisar las actitudes que consideran que ya "han llegado", cuando se tienen menos de treinta años, por ejemplo. Como decíamos en el título, crecer es una decisión, y todos podemos tomarla.

viernes, 15 de enero de 2010

La angustia


En cambio con la angustia no podemos quedarnos en la cama, pero tampoco salir. Ni quedarnos solos, porque nos da miedo,  ni acompañados, porque la gente nos molesta.
Pero hay veces que hay angustia, pero no la vemos como tal. Se puede padecer angustia y no verla. A veces se hace necesario un esforzado recorrido por diferentes especialistas  médicos que prefieren asegurarse de que el paciente efectivamente no padece ninguna de las graves enfermedades que los síntomas hacen sospechar, antes de decir: a Ud. No le pasa nada, y recetar un tranquilizante. Cuando es verdad que a la persona le pasan cosas, sólo que vienen disfrazadas de síntomas físicos.
Mareos, dolor de oídos, sensación de que el suelo viene hacia nosotros, o de que nos vamos a caer. En otros casos, dolor en el pecho, o en el brazo izquierdo… Vamos, que casi todos vemos las mismas películas y series de médicos y creemos saber cuándo lo que se avecina es un… infarto al corazón…
Pero lo que es más difícil es pensar que podemos padecer angustia y no verla. En una adolescente, la pérdida de apetito, o de sueño, el bajón en los estudios, puede significar que se ha enamorado, y eso no es lo evidente. Hasta podemos preguntarnos por qué esa joven no manifiesta su encuentro con el amor como algo positivo, sino como pérdida (de notas, de peso, de alegría).
En los humanos, las cosas no suelen ser siempre lo que parecen. Solemos tener que 
 hacer “una lectura”, una interpretación de casi todo lo que hacemos. Y es bueno pensar que no hay una sola manera de resolver las cosas que la vida nos plantea.

jueves, 14 de enero de 2010

Los lapsus II

El psicoanálisis considera estos factores facilitadores, como  la fatiga o la distracción que colaboran en la producción de lapsus.
Los actos fallidos se acompañan en ocasiones de fenómenos secundarios que llaman nuestra atención. Cuando, por ejemplo, olvidamos temporalmente una palabra, nos impacientamos e intentamos recordarla, “la tenemos en la punta de la lengua”, la reconocemos en cuanto alguien la pronuncia. A veces los actos fallidos se encadenan: olvidamos una cita, nos hacemos el firme propósito de no olvidarla, y nos equivocamos en la hora al apuntarla en la agenda.
Es evidente que cuando cometemos un lapsus éste puede revestir múltiples formas, pues en lugar de la palabra justa podemos pronunciar otras mil inapropiadas, o deformarla de múltiples maneras. Así que cuando en un caso particular elegimos entre todos estos lapsus posibles, uno determinado, podemos preguntarnos si hay razones para pensar que se trata de una elección con sentido o se debe al azar. Es decir, si al examinar el error, éste tiene que ver con la vida del sujeto, o es una casualidad.
A todos nos ha pasado, o todos recordamos algún lapsus producido por un personaje público: modelo o político. Da igual si se trataba de “estar en el candelero o en el candelabro”, de aplaudir a los soldados de Honduras o Ecuador, los efectos de estos actos se nos aparecen con sentido, es decir, como un acto psíquico completo.
Hasta ahora, hemos hablado de actos fallidos y quizás de ahora en adelante, los debiéramos llamar actos correctos. Sólo que sustituyendo a los que esperábamos o nos proponíamos. Pero siempre revelando al sujeto algo de sí mismo a lo que no se puede llegar, lo inconsciente, y que sólo puede esperarse que se manifieste.


                                             
    

miércoles, 13 de enero de 2010

Los lapsus

Cuando Freud comenzó a estudiar estos lapsus, se preguntó si valía la pena ocuparse de detalles tan nimios de la vida, cuando claramente había, y hay, enfermedades mentales que producen mucho sufrimiento y justificarían más, si cabe, nuestra atención. Y se dijo que le interesaba estudiar mecanismos, que, como los sueños, afectan tanto a personas sanas como enfermas, a todas las edades, y que no por pequeños debíamos considerarlos nimios. Para saber si alguien nos ama, o si nos ha dejado de amar, normalmente no esperamos a grandes declaraciones. Espiamos pequeños detalles, gestos fugaces, que son los que leemos dando sentido a los sentimientos.
Así que, en primer lugar, podemos preguntarnos a qué se deben estos fenómenos, estas pequeñas equivocaciones orales. Como causa, se suele aducir el cansancio, quizás una indisposición. Es evidente cuando estamos excitados, por ejemplo en un enfado, o cuando estamos pensando en una cosa y hablando de otra. En estos casos nos parece evidente que es posible cometer errores, por lo que nos preguntamos ¿qué interés pueden tener para nosotros, sujetos psíquicos estas cuestiones?
Sin embargo, si nos detenemos un poco más, vemos que no todas las personas aquejadas por una ligera indisposición o dolor de cabeza cometen lapsus. E incluso un mismo sujeto no los comete siempre que esté en tal situación…. En cuanto a lo de estar distraídos, como fuente de error…  Sabemos que hay tareas que se realizan mejor justamente cuando las realizamos lo más automáticamente posible, como conducir, escribir a máquina. Así que tendremos que seguir pensando….

                                                           Continuará

martes, 12 de enero de 2010

Fobia a conducir

Hay personas que se han sacado el permiso de conducir y no han conducido nunca. Generalmente, salvo la sensación de que “no lo podrán hacer nunca”,no padecen ningún trastorno. Han renunciado, simplemente a conducir.
Pero hay personas que padecen estos miedos en situaciones concretas: llevar a los niños, que llueva, o tener que conducir de noche. Normalmente son personas que no se consideran a sí mismas demasiado expertas. En ocasiones aparece después de haber presenciado un accidente. Muchas veces no se confiesa, por vergüenza, porque parece que conducir, hoy, conduce todo el mundo. O porque no se puede prescindir del coche, por razones personales o profesionales. Pero sabemos que conducir en esas condiciones es peligroso, y que es difícil superar estas cuestiones en soledad.  Y sobre todo porque la fobia, que aparece como problema, es asimismo una solución. Una solución a una angustia que se remedia sustituyendo ese temor más grande, para el que a veces no tenemos representación, por un temor representable, pero que a veces trastorna nuestra vida cotidiana. Por esos es importante consultar con un profesional. Ya que si bien algunas manifestaciones son comunes, cada caso es único y requiere atención especializada.

lunes, 11 de enero de 2010

El 80% de jóvenes cree que en una relación de pareja la chica debe complacer a su novio

Afirmaciones de este tipo, y otras más sutiles, como la de controlar el móvil de la pareja o que el amor de un hombre es condición necesaria para que una mujer se sienta realizada son indicios suficientes parque la FMP alerte de estas actitudes tempranas de posibles situaciones de maltrato con objeto de incidir en ellas y desterrarlas del alumnado.
“Las opiniones de los/as más jóvenes sobre sus relaciones afectivas denotan situaciones de control por parte de ellos y de sumisión por parte de ellas, lo que puede suponer el preludio y el inicio de episodios considerados como violencia de género”, señaló en la presentación en rueda del prensa del informe, la presidenta de la FMP, Yolanda Besteiro De la Fuente añadió que “es desalentador que a  la vista de los resultados, siga existiendo desconocimiento de lo que supone la desigualdad entre sexos, además mantienen creencias erróneas como reducir la violencia de género a lo doméstico o a un matrimonio conflictivo y mitos como encontrar causas del maltrato en el consumo de sustancias o alcohol”.
Por último, la responsable de la FMP, manifestó que “la protección mal entendida, la complacencia que creen las jóvenes deben dar a sus parejas o las renuncias que en muchas ocasiones se producen
deben ser detectadas y atajadas de manera inmediata” y para ello, concluye “es muy importante la educación en igualdad que hagamos entre todos y todas, somos responsables familia, escuela y sociedad en general”.
Otros de los datos que arroja el informe de la FMP es la percepcióndel universo femenino y masculino y la adscripción de roles y estereotipos en este colectivo de población. Así tenemos que  consideran propias de las chicas, en su mayoría, la ternura y la comprensión, mientras que los chicos se caracterizan por la agresividad y la valentía.
“Esto es más importante de lo que parece y es especialmente preocupante porque de esta forma las chicas justifican ciertos comportamientos masculinos basándose en su naturalidad”,argumentó Eva López Reusch, responsable del Programa Igualmente: prevención de la violencia de género en jóvenes inmigrantes en el que se adscribe el informe presentado, subvencionado por la Dirección General de Integración deInmigrantes y el Fondo Europeo para la Integración.
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domingo, 10 de enero de 2010

Depresión post-parto

.... a veces estos síntomas son más intensos y más duraderos. Ni siquiera es necesario que se produzcan inmediatamente después del parto, lo que sorprende aún más a quien se ve afectada por esta situación.
A veces se comienza por una sensación de extrañeza respecto del bebé, como si la madre dijera: ¿Y este, quién es? ¿Qué relación tiene conmigo? Y sobre todo: ¡Esto es para toda la vida! Estas frases, que a veces no llegan ni siquiera a formularse, producen culpa, y la mujer se siente triste gran parte del día. Tiene los síntomas propios de la depresión: o no duerme o duerme todo el día. No tiene apetito o come con exceso. Se le altera el humor, se muestra irritable o apática, y le resulta difícil relacionarse con el bebé, al que le cuesta cuidar, aunque a veces, tiene intervalos de tiempo en los que se esmera en demasía, para ocultar, ocultarse, lo que le sucede, pensando que son síntomas de que no quiere a su bebé como debería, o que no es una buena madre.
Este trastorno es más grave que la situación que describíamos al principio, no suele desaparecer espontáneamente y es fuente de gran sufrimiento, porque se mezcla con todas las ideas que la mujer tiene acerca de lo que significa ser madre. Y algo de razón tiene en el sentido de que observa que no está atendiendo del todo bien a su hijo, que padece sus cambios de humor. Si está dedicada exclusivamente al cuidado del hijo, este también verá alterado su sueño, o su apetito. Quizás se vuelva irritable y sea difícil calmarle si llora. En fin, la vida cotidiana se ve afectada por el trastorno en una situación, la del nacimiento y los primeros meses de crianza, donde toda la familia tiene que adaptarse. Por eso en estos casos se recomienda especialmente recurrir a un profesional, que contribuirá a que la familia se recupere, y recupere la alegría que conlleva un nacimiento.






sábado, 9 de enero de 2010

Sentimientos

Preferimos pensar que son condiciones del ser: hay gente que “es” buena, y gente que “es” mala. Y cuando experimentamos algún sentimiento no positivo, preferimos pensar que es la respuesta natural a algo que nos han hecho. Aceptamos como normales los celos que afectan a un niño, por ejemplo, frente al nacimiento de un hermano. Y lo son. Lo que sucede es que creemos igual de normal que con el tiempo y la convivencia desarrolle sentimientos tiernos hacia ese mismo hermano. Pero se trata de algo mucho más importante: se trata de aceptar que no estamos solos en el mundo. Que nuestros padres mantienen relaciones de las que no participamos y que tienen consecuencias, por ejemplo, otro nacimiento. Y de cómo resolvamos esas cuestiones depende nuestro futuro en cuanto a nuestra manera de amar. Creemos natural que los padres amen a sus hijos, y no les perdonamos que, en algún caso, manifiesten más inclinación por alguno de sus vástagos. Y nos sorprendemos de la envidia o la agresividad que puede manifestar un hermano adulto que se creyó desplazado en el afecto. Nos hace responsables, años después, porque no ha podido pensar que la manera de repartir el afecto de los mayores no era responsabilidad de los pequeños.
Los afectos nos afectan y tiñen nuestra vida. Es común observar en compañeros de trabajo modos de relacionarse que recuerdan a la familia. Jefes que dicen que son “como padres”, empleados que buscan reconocimientos afectivos en lugar de laborales. Y sobre todo, cierta actitud culpable cuando no sabemos qué hacer con esos sentimientos no elaborados que nos invaden y sólo sabemos reprimir sus manifestaciones. Pero lo reprimido retorna y si no le damos salida, vuelve como padecimiento y enfermedad. 


                                       

viernes, 8 de enero de 2010

Escribit

Un autor y sus lectores han dejado de tener espacios y tiempos escindidos y diferentes,  y por tanto el papel de cada uno de ellos en el camino de la información participa de la naturaleza e instrumentos del otro. El más contundente, en cuanto a eficacia y extensión,  ejemplo de ello, por el momento, son, posiblemente,  las  series de televisión. Sobre todo, las series estadounidenses, cuyo nivel de producción permiten la introducción de elementos que en otros lugares del globo todavía no son  posibles: grandes factorías de producción con multitud de trabajadores intelectuales y materiales, capacidad de improvisación ante la intervención de los espectadores,  que opinan y generan sus propias propuestas para la historia contada, capacidad de generar versiones diferentes de una misma idea narrativa, etc. Escribir ya no es escribir.” (L.M. Leer ya no es leer/escribir ya no es escribir. Revista Imán, número 4-5)

Vacaciones

Y que lo que soportamos en extraños, por motivos laborales, por ejemplo, no tenemos paciencia para soportarlo en casa. Podemos lidiar con el malhumor matutino de un jefe, o un compañero de trabajo, por ejemplo. Porque no tenemos más remedio, decimos. Pero no lo admitimos en un hijo, o un compañero sentimental. Como si fuera más fácil cambiar de pareja que de trabajo. Aquí se pone de manifiesto que no se trata de convivencia, sino de valores.
Por otro lado, marchar de vacaciones supone adaptarnos a un nuevo entorno. Y auque sea para bien, eso no deja de ser un trabajo. Muchos de nosotros experimentamos cierto nerviosismo al prepara las maletas, al deshacerlas. En los primeros recorridos por un sitio desconocido. Y como nos parece banal, nos resistimos a comentarlo. ¡Cómo explicar que me pone nervioso ir solo a la panadería, porque temo perderme! O que necesito preguntar veinte veces dónde están los ascensores del inmenso hotel al que e llegado...
Adaptarnos a nuevos entornos, físicos, sociales (¡no conozco a nadie!) no es un proceso automático. Hay personas que lo hacen con más facilidad que otras. Tener en cuenta esas características personales, crear un entorno en el que se pueda hablar de ello sin complejos y sin vergüenza, contribuye sin duda a que las vacaciones reales se parezcan a las soñadas.


                                                 
                               

jueves, 7 de enero de 2010

Celos del trabajo


En el caso de la mujer conocemos la cuestión: muchas veces renuncia al progreso laboral por los hijos, el marido, la casa. En otros casos intenta compatibilizar ambas cuestiones, con gran sacrificio. En el caso de los hombres, la cosa se plantea, aún hoy, de otra manera. Sabe que para avanzar en el trabajo debe renunciar a ciertas horas con la familia,  que su tiempo será suplido por la compañera, y entiende eso como una cuestión vital: su esfuerzo revertirá en su mujer, sus hijos, con mejora en el nivel de vida y todo lo que ello supone: casa mejor, educación mejor para los hijos… En fin, todo lo que se puede obtener con mayores ingresos.
Sin embargo hemos observado en muchas crisis de pareja que el pacto inicial, tú trabajas menos, o no lo haces, y te ocupas de la casa y de los niños, y yo me voy al mundo a trabajar, de pronto deja de funcionar. La mujer se siente sola, quiere mayor presencia del hombre, sobre todo como padre, y el hombre siente que su esfuerzo no es reconocido. Suele pasar que él no comparte lo que hace fuera (¿Qué le voy a contar a mi mujer, si es todos los días lo mismo?), Y ella tampoco habla porque salvo contadas excepciones, también, todos los días es lo mismo.  La diferencia entre ambos es que mientras es probable que él pueda progresar y crecer en su trabajo, aprendiendo, teniendo satisfacciones, las tareas del hogar, en su monotonía, dejan poco lugar al crecimiento personal. Las mujeres, hoy en día, encuentran satisfacción en otras actividades: las amigas, el gimnasio, pero no dejan de vivirlas como meros entretenimientos.
Y son los celos,  por lo que el hombre consigue estando fuera de casa, los sentimientos que están en el origen de muchas de las quejas que deterioran las relaciones de muchas parejas que ven cómo sus vidas son afectadas sin saber muy bien qué les pasa cuando, dicen, lo tienen todo para ser felices.




miércoles, 6 de enero de 2010

La espera angustiosa

También aparece referida a la moral, y son personas temerosas de su propia conciencia, que suelen dirigirse frecuentes autorreproches, perfeccionistas con su trabajo, temerosas de equivocarse.
Es un síntoma importante, por su intervención en la vida cotidiana, y nos hace pensar que nos encontramos frente a un montante de angustia, libre, y que como tal angustia es insoportable, y busca enlazarse a los contenidos que la situación nos proporciona: es verdad que el niño tosió, o que una persona se demora más de la cuenta. Y a partir de ahí se construye una historia de desgracias, accidentes, enfermedades.
No es esta la única forma en que puede manifestarse la espera angustiosa, latente casi siempre para la conciencia, pero constantemente en acecho. Puede irrumpir en la conciencia sin ser despertada por la imaginación y provoca así el ataque de angustia. Tal ataque puede consistir sólo en la sensación de angustia, sin ninguna idea que la acompañe, o con idea de muerte, de locura: “sentía que me moría” o “me parecía que me volvía loca”. A veces aparecen síntomas físicos. Como nudo en el estómago, dificultad para respirar.
De todas estas combinaciones, las personas resaltan unas veces unos síntomas, otras veces otros. Pero en el relato, a veces omiten la sensación de angustia original, que sólo se recuerda como malestar, y que suele pensarse como efecto (me angustio porque el otro tose, o se demora), y no como causa.
Varios de los síntomas citados que acompañan  o representan el ataque de angustia se vuelven crónicos, como decíamos al principio. Se confunden con rasgos de personalidad, como ser muy ansiosa, muy protectores, y es más difícil descubrirlos.
Pero quizás  podemos hacernos la siguiente pregunta: si se sufre, ¿por qué resignarse? Considerar estas costumbres o hábitos, rasgos de personalidad nos lleva a pensar que no pueden cambiarse. Cuando en realidad no hay condiciones del ser que nos obliguen a vivir con miedo, con el sufrimiento que también se origina en el entorno familiar y social. Y recordar que son muchas las cosas que no podemos hacer solos, pero quizás podemos cambiar con la ayuda de otros.



martes, 5 de enero de 2010

La depresión

Pero existen asimismo dolencias crónicas. Aún sin ocuparnos de cómo una persona se ha visto aquejada de ellas, podemos nombrar el síndrome del intestino irritable, el asma, el lupus, la fibromialgia, el dolor crónico, diversas formas de artritis. Son enfermedades que se denominan crónicas, porque, dicen los médicos, no tienen cura. Pero que convenientemente controladas, si el paciente sigue las pautas del tratamiento, dejan de ser sintomáticas. El paciente no padece la enfermedad como sufrimiento, Porque lo interesante es que son enfermedades que cursan con ataques, o crisis. Y ahí es donde se vuelve necesario hablar de la depresión. Muchas veces, cuando se produce un ataque violento de asma, o un recrudecimiento del colon, nos encontramos con que la persona había atravesado una época de moral baja. Muchas veces se manifiesta como resistencia a seguir el tratamiento. Dice: “Toda la vida tomando pastillas. ¿Para qué, si no me curaré?”. Cuando ya sabe que seguir con el tratamiento es lo que le permite desarrollar su vida habitual. Cuando estas personas acuden a su médico habitual, suelen atribuir al “estrés”, muchas veces, esos períodos agudos de la enfermedad. Lo que pasa es que es una palabra tan general que muchas veces no dice nada de la angustiosa sensación que invade al enfermo y que al no poder expresarse con palabras recorre el camino ya conocido de su enfermedad corporal. 
Es importante tener presente estas cosas en momentos como los actuales, cuando situaciones derivadas de la situación económica, por ejemplo, acrecientan los sentimientos de miedo y se agrava la incertidumbre.

                                      
                 

lunes, 4 de enero de 2010

Tengo miedo de mi hijo

Si pensamos que los jóvenes de hoy son los adultos de mañana, que son esos jóvenes los que dirigirán el país, los que dirigirán las empresas, los que entrarán a nuestras casas a reparar lo que haga falta... Porque no se trata de decir que los agresivos son minoría. Los que son mayoría son los que se aburren, los que no se sienten representados por los adultos que les educan.
No se puede, frente a fenómenos tan complejos, apuntar una sola causa. Se habla de las modificaciones de la familia actual: incorporación de la mujer al trabajo, facilidad del divorcio, el aumento de las familias monoparentales. El aumento de los recursos económicos y la disminución del tiempo que dedica la familia a los hijos como consecuencia de la dedicación al trabajo.
En el seno de la familia, eso se traduce en relaciones gobernadas por la culpa: los padres se sienten culpables por no dedicar el tiempo suficiente a sus hijos y como consecuencia, lo que dan, lo que sea, atención o recursos, no es una auténtica donación, sino una indemnización.
Y es entonces cuando en la casa dejan de ser los adultos los que “mandan”,
sino los bebés, los niños o los jóvenes. Y no es raro escuchar cómo la agenda de los adultos la deciden los hijos: Se mantienen relaciones sexuales sólo cuando los niños se duermen, por lo que no es raro que los niños lloren en momentos “oportunos” y terminen en la cama de los adultos, se pasan tardes enteras en centros comerciales y parece que todos descubren las bondades de las hamburguesas, porque es lo único que le gusta al niño, o se sale de vacaciones dependiendo de las asignaturas que el joven haya suspendido.
Así que tenemos un sector de adultos, eficaces en su realidad laboral, infantilizados en la realidad familiar. Y una generación de niños y jóvenes, ineficaces en su realidad social (ya que se aburren o fracasan en ella)y que soportan la vida de los adultos que han abandonado una parte de sus funciones.
Quizás sea este un punto de vista diferente para comenzar a pensar lo que sucede a nuestro alrededor, sin prejuicios y sin miedos a las conclusiones a las que podamos llegar.




domingo, 3 de enero de 2010

La pasión turca


...Sirve para no padecer ciertas enfermedades, es cierto, para sentirte mejor. Pero no se puede intercambiar, no puedes comprar el pan… Ni siquiera deja resto. Te duchas, te vistes, o ni siquiera, y te vas a trabajar.
Eso es lo que le pasa a la protagonista: cree que ha solucionado su vida. Y no es el fin de nada, sino el comienzo de todo.
Tengo que decir que la novela se me reveló más interesante al preparar la conferencia, es decir, al pensarla, que en su lectura inicial. Y creo que porque su estructura, la de Desi haciendo reflexiones acerca de su situación, su experiencia, es como los árboles que no dejan ver el bosque.
Desi dedica mucho tiempo, muchas páginas a pensar, describir su relación con Yaman. Que si es amor, o pasión, o deseo. Que si se muere, o no, con cada orgasmo. Que si se hacen uno, o dos, o… Que si es una experiencia física u otra cosa. Parece que la propia Desi quiere dar a su historia de "despertar de los sentidos" cierta trascendencia. Y la verdad, no sé a Uds. pero a mí, de vez en cuando, me daba ganas de decir a Desi: tía, que no es para tanto, que sólo son unos buenos….Pero claro, con eso solo no se hace una novela. Tiene que pasar alguna cosa. Y en esos sucesos es donde se ve la cultura del narrador. Evidentemente, no podemos hacer juicio acerca de las intenciones de Gala como sujeto. Pero sabemos que es un escritor culto, leído. Conoce muchas mujeres… todos los personajes femeninos de las innumerables obras que ha leído. Y es con esos sucesos, que no aparecen como los más importantes, donde acabamos de construir a Desi.
Desi se enamoró locamente, ha conocido a Yaman, ha viajado con él, ha visto el cielo y el infierno. Cuando vuelve, está embarazada. Y lo tiene claro: va a tener ese hijo. Y si Ramiro, su marido, acepta, y se puede quedar en su chalecito de Huesca, mejor. Aunque sepa que ese hombre no la tocará, ni de mentirijillas, nunca más. Que estará condenada a la vida de apariencias, encuentros con lo clientes o jefes de Ramiro, a los secretos inconfesables. A la rutina, los paseos por el Coso arriba, Coso abajo. Y que en esas condiciones el hijo será único. Y por ese hijo renuncia a Yaman. Sin dudarlo.
En realidad, en la novela está eso muy bien contado. Es mejor que Ramiro sea impotente. Porque con el hijo, no necesita hombre. Por si no lo hemos entendido, la única masturbación la realiza, justamente, cuando se entera del embarazo, antes de comunicárselo a Ramiro. Y muy satisfactoria, digo, esa relación sexual.
Pero el niño fallece. Y Desideria hace las maletas. Vuelve a Estambul. Ella cree que vuelve en pos de ese amor, de ese hombre. Y de nuevo unos cuantos párrafos acerca de ello nos lo quieren hacer pensar. Pero yo creo que no. No vuelve en pos de ese amor apasionado, inmenso. Si ya había renunciado a él. Ya se había masturbado olímpicamente. Creo que vuelve a buscar el hombre que la pueda embarazar nuevamente, que pueda hacerla madre.
Pero ese hombre no es Yaman. A él no le interesa. Sólo se trata de tener una europea guapa, que le permita afianzar la autoestima y, más aún, le sirva para introducirse en ciertos círculos europeos para ampliar su negocio de droga. Aparte, y aunque no es el tema, él ya tiene una madre: por un lado, la mujer que le dio los hijos, pero sobre todo, su propia madre, que le vigila los hijos y que es la socia cuando tiene algún problema, como los abortos de Desi. Interesante.
Pero Desi no lo sabe. No conoce a Yaman. No hemos visto un mínimo interés por saber de él como persona. Sólo le importa lo que él puede darle: su propio goce. Pero no le pasó sólo con él. También con Ramiro. Se sorprende de que sea impotente, porque no pensó qué significaba su religiosidad, su no tocarla. No olvidemos que él es guapo y estamos en los 90. Se sorprende cuando él le dice que sabe que el niño no es de él porque sin decir nada, se había hecho unas pruebas. Desi no les quiere. Ni a Ramiro, ni a Yaman. ¿A quién quiere? A su padre, al perrillo y al niño retrasado del bazar. Todos seres descritos como desvalidos, patéticos, casi. Que le permiten dar salida a un presunto instinto maternal. O, en una lectura más compleja, seres que le permiten la posición de "amo", cuando en la relación amorosa está en la posición de "esclava". Este tema, del erotismo del sado-masoquismo es muy interesante, y no lo desarrollaré aquí, pero esta novela no es un mal punto de partida…
No olvidemos cómo había sido su aceptación de Ramiro:
Después de un año de buscar un puesto de trabajo en vano, aburrida y humillada, un anochecer de sábado, a la salida de misa en San Lorenzo -era noviembre y hacía ya frío-, Ramiro me preguntó, con una naturalidad tan grande que parecía fingida, que por qué no nos casábamos. Yo tenía los ojos en el suelo… Por la tarde estuvimos, mientras el sol ardía en la copa oxidada de los castaños, en la rosaleda del parque, donde los novios solían apartarse para estar juntos debajo de las rosas que ahora no había, y yo me preguntaba para qué Ramiro y yo estábamos allí... Levanté los ojos del suelo, le miré a los suyos, y le dije también con naturalidad:
- Tienes razón. ¿Por qué no nos casamos de una vez?

Desi no es capaz de querer, ni siquiera a sí misma. Por eso cuando ve frustrada su maternidad, y después del segundo aborto, de forma definitiva sólo queda el camino de la degradación: porque como bien se sabe, la mujer que disfruta sexualmente, es una… Podemos detenernos más, o menos,  en la descripción, pero sabemos que una vez que Desi le es útil, Yaman ya se interesa por otras mujeres. Queda claro que la relación no era recíproca, ninguna lo es, ni simétrica. Yaman no necesita a Desi para gozar. Desi tampoco le necesita a él, pero no lo sabe. Y es la aparición de otra mujer la que desencadena el final.
Que no por esperado es menos sorprendente. Porque… no se suicidó después de los abortos, ni cuando ve claro que Yaman la utilizará como moneda de cambio.  Se suicida cuando ve la verdadera prueba de su fracaso existencial. No será ni única, ni la última mujer. No olvidemos que según sus propias palabras:

Yo creo -ahora, desde lejos- que fue esa elección suya la que me movió, unos años después, a casarme con él: ¿cómo iba yo a despreciar a un hombre que les encantaba a las demás mujeres?